Mirar mi dolor, mi perdida es un ejercicio que exige mucha valentía. Ya que es ver y verme desde lo más profundo de mi necesidad y dependencia. El hombre en dolor no le gusta verse y sentirse, porque el miedo de la ausencia agolpa la distancia y la ausencia de lo perdido, y prefiere que sea un sueño a una pura realidad.
Pero mi dolor habla de mi relación, mi dolor cuenta lo vivido y, por qué no, lo amado. Por qué no lo dejo salir. Porque no me atrevo a darle sentido y fuerza, sentido de realidad. Porque de alguna manera es verme necesitado. Podemos decir que me veo como ausente de su encuentro y huérfano de esa presencia.
Mi dolor y mi vida, mi dolor y mi existencia no son un sueño, sino el hecho de ser amado y querido. De haber amado y de haberme descubierto en el otro y el otro haberse descubierto en mí.
Cómo negarlo y no vivirlo.
No es un sueño echarlo de menos, es un sueño no echarte de menos y pensar que coger tu mano me abrirá a lo que vivimos, pero que se me escapa. Si lo siento, es que tu amor de alguna forma, y no sé explicarlo, está todavía dando forma a mi vida y me da fuerza para vivirte de otra manera. Para vivir tu ausencia como una presencia.
Ignacio Ortiz msf
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