Hablar, decir, contar… No siempre interesa el argumento sino el cálido entonar de una voz que serena y calma, que provoca vida y genera sentido. Resuenan en nuestra memoria auditiva las voces que han vestido nuestra vida desde los primeros recuerdos. Y no siempre recordamos lo dicho, mas bien el porte y la forma de aquellas voces. Su condición de palabra amiga , como mano cercana con la que es posible soñar y sentir las contradicciones de la vida que habitan el alma.
La palabra es el elemento transmisor del alma con la realidad. Da forma simbólica a lo que vivimos y nos hace tomar conciencia. De cierta manera da sentido a la existencia. Las palabras cifran las fronteras y los contrastes. Con la palabras creamos espacios imaginados, reales o no; son camino para llegar al otro, descubrir su humanidad y desde luego para llegar a uno mismo. De hecho la palabra indaga la suerte del alma humana, hasta hacerla hablar lo que uno mismo tal vez nunca llegó a pensar.
Cuando el dolor proviene de la pérdida de un ser querido, expresar nuestra compasión requiere de cierta sutileza. El padecimiento del otro despierta tanto más nuestro reflejo compasivo, cuanto más estrecho es en el vínculo con él. Sin embargo no se trata de sufrir su dolor, sino de sufrir en nosotros por su dolor. Y no es lo mismo. El hecho desgraciado que estimula nuestra compasión afecta íntegramente al otro, por estrecho que sea el vínculo.
Respecto al duelo llamamos deudo a la persona que ha vivido la pérdida directamente. Es importante tener en cuenta que cada deudo vive la pérdida de manera distinta, en función de su estado en el momento del suceso y de sus creencias y valores. La expresión de nuestro estímulo, el pésame, es una revelación sincera de este dolor acompañante, siempre respetuoso y medido.
Si yo me conduelo de la muerte de un amigo, expresaré a su familia mi aflicción con palabras sencillas, evitando expresiones que perjudican siempre. “Ya no sufre”, “todo pasará” o “sé fuerte”, son frases hechas que esconden impulsos de buena intención, que sin embargo perturban aún más el entramado emocional de quien ha sufrido la pérdida. Además son inútiles porque no consuelan.
En este caso el duelo se ve amenazado por el actual culto a la felicidad, que tiene su origen en la negación de la muerte. En general basta alternar un abrazo intenso con un “lo siento”, desde una presencia silenciosa en un plazo de tiempo bien medido.
Es importante elegir momento y lugar y medir la comunicación no verbal del deudo. Los gestos son frecuentes en momentos así y advertirlos a tiempo nos puede ayudar a estructurar el estímulo compasivo.
No es lo mismo dar el pésame por teléfono que en persona. La cercanía suele darse en salas- velatorio y en los domicilios, lugares especialmente concurridos.La situación puede desbordara al deudo, aumentando su inestabilidad emocional. Es preferible informarse todo lo posible respecto de la situación y sus condiciones y valorar cuándo y dónde realizar el encuentro Conviene elegir el tono adecuado para cada situación en la que se está interactuando.
Es necesario medir el tono, el volumen de la voz y la expresión facial, en consonancia con la delicadeza del momento. El mensaje debe ser breve, excepto en momentos expresos en los que se solicita nuestra presencia.
César Cid
Counsellor duelo y acompañamiento al final de la vida
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